
Historia
Por su inmejorable situación geográfica, los primeros pobladores de Cortegana se asentaron en las cumbres de los cerros más elevados, desde donde tenían un perfecto control visual del territorio y a la vez gozaban de buenas condiciones de defensa. Habitaron al aire libre en pequeñas viviendas de planta circular con un zócalo de piedra que sustentaba una techumbre de ramajes y barro. Aprovechaban los recursos que el medio natural les proporcionaba y practicaron una incipiente agricultura y ganadería. Sus relaciones sociales se basaban en la solidaridad y en la vida comunitaria, particularidades que han podido ser estudiadas en sus enterramientos colectivos: los dólmenes. Nos referimos, por tanto, a las comunidades de la Edad de Cobre o Calcolítico (2800-1800 a.C. aproximadamente), que establecieron sus pequeños poblados en el Alto de la Caba, Cabezo del Cojo y el Cerro de Santa Bárbara. Conocemos además los enterramientos del Cabezo del Cojo: la necrópolis de Corteganilla, que consta de tres dólmenes bajo túmulo y de determinados elementos del ajuar funerario del dolmen de Corteganilla-Hallemans (puntas de flecha de sílex, ídolos-placa de pizarra, hachas pulimentadas…)
Una vez fueron abandonados estos asentamientos, se produjo un relativo descenso poblacional en los límites municipales de Cortegana.
De la denominada Edad de Bronce (1500-800 a.C. aproximadamente) conocemos dos enclaves habitacionales: el Cabezo del Hornillo y el Cerro de Berrueco que, tratándose de simples cabañas, actuaban prioritariamente como puntos de vigilancia sobre uno de los caminos que comunicaba el área del Chanza con la Sierra Central y Oriental, y que debía discurrir por el arroyo de Carabaña. Los enterramientos de estas sociedades generaron necrópolis de cistas, donde cada difunto ocupaba una de las sepulturas así denominadas. En Cortegana, han sido documentadas las cistas del cementerio, de la Cierva y de Tejadillas, hoy día todas ellas destruidas.
En la época romana Cortegana, adquirió un gran protagonismo económico y poblacional, aunque no se había constituido aún ningún núcleo urbano, sino que el poblamiento, dedicado principalmente a las labores agropecuarias, se encontraba disperso en el territorio. No obstante, los mayores beneficios económicos de nuestros antepasados romanos resultaron de las explotaciones mineras y metalúrgicas, tanto de las minas del Andévalo (El Carpio, San Telmo y Herrerías de Confesionarios) donde se extrajo esencialmente el hierro y el cobre, como de las minas serranas, situadas en las riveras del Chanza y de la Alcalaboza, donde se aprovecharon los filones de óxidos de hierro. De este modo, muchos de los asentamientos del territorio corteganés, como Corteganilla, La Gaga o el poblado de Los Andrinos, se especializaron en la metalurgia del hierro, formando parte de los distritos mineros de las dos únicas ciudades romanas de la zona, Arucci y Turobriga.
En las cercanías de estos parajes discurría la calzada romana que desde Huelva se dirigía a la cuidad lusitana de Beja, concretamente el trazado corría pararelo a la rivera de la Alcalaboza.
El origen urbano de Cortegana lo identificó el estudioso Rodrigo Caro en el siglo XVII con la Corticata romana, nombrada por el geógrafo griego Ptolomeo, aunque las investigaciones arqueológicas han descartado esta hipótesis.
Se ha relacionado el nacimiento de Cortegana con la época islámica, tratándose concretamente de Cartasana, una de las cabeceras de los distritos administrativos de la provincia de Sevilla. En época musulmana Cortegana fue disputada por castellanos y portugueses durante el llamado conflicto del algalbe. En 1253 el repartimiento de Alfonso X la adjudica al término de Sevilla y se le otorga el título de villa. En 1267 Cortegana queda en manos del reino de Castilla por el tratado de Badajoz.
El castillo de Cortegana es de origen bajomedieval cristiano (XIII-XV), al menos así lo confirman todas las evidencias materiales y arquitectónicas estudiadas, pero no podemos desconsiderar una primera edificación islámica, ni tampoco una población, posiblemente diseminada, de esta época. Se desconoce el momento exacto de su edificación, aunque la primera vez que aparece mencionado en las fuentes escritas es en el “Ordenamiento” de Alfonso XI en 1344, sucediéndose a partir de esta fecha numerosas noticias que aluden a los nombramientos de sus alcaldes o a las reparaciones de su recinto. Probablemente los primeros pobladores de Cortegana vivieron “encastillados”, en los intramuros del recinto fortificado, para protegerse y guardar sus bienes de los ataques de los portugueses.
Si parece anterior la erección de la Ermita de Nuestra Señora de la Piedad, anexa al Castillo, como ejemplo de ermita de repoblación de mediados del siglo XIII, levantada como lugar de culto por los repobladores cristianos, gallegos y leoneses, que llegaron a estas tierras para paliar los vacíos poblacionales que sufría la zona.
Desde mediados del siglo XIV la relativa estabilidad de la zona determinó que la población se fuera desplazando hacia el valle, concentrándose en la proximidad de las fuentes, lo que supondría que las primeras casas se irían levantando en los alrededores de la “Fuente Vieja” y del “Chanza”, construyéndose en un punto intermedio entre los dos barrios la nueva Iglesia del Divino Salvador, que adquirió la condición de parroquia en detrimento de la del Castillo.
En la Edad Moderna, ya en el siglo XVI, Cortegana comienza a consolidarse como una villa de entidad en la comarca. Su urbanismo quedó estructurado en torno al camino que unía Cortegana con Aroche, formando un eje longitudinal desde el Castillo hasta la Ermita del Calvario, pasando por la Iglesia Parroquial del Divino Salvador y por la Ermita de San Sebastián.
En el siglo XVII, los enfrentamientos con Portugal supusieron un fuerte hostigamiento a la población. Aunque Cortegana no tuvo un papel decisivo en los acontecimientos bélicos, los asaltos a su núcleo urbano supusieron un grave peligro de despoblamiento, por ello el 14 de abril de 1658, su cabildo municipal pidió al monarca la exención de los impuestos, como incentivos para retener a sus vecinos, esto obligó al continuo alojamiento de tropas en Cortegana, cuyo castillo se situaba en la segunda línea defensiva contra el país vecino.
La estabilidad socioeconómica dependió de la explotación de los recursos agropecuarios y minero-metalúrgicos. Además, Cortegana se convirtió en uno de los principales centros productivos de derivados del cerdo (salazones de tocino, embutidos y jamones) que eran trasladados a Sevilla para embarcarlos hacía América, tanto para las necesidades de los viajes de ultramar como para abastecer a los incipientes mercados americanos. Aprovechando estos fletes hacía la ciudad hispalense se introdujeron partidas de hierro beneficiado de las minas serranas de Cortegana, que se reactivaron y explotaron como en tiempos romanos.

La Edad Contemporánea supuso para Cortegana su periodo de mayor prosperidad, cuando a mediados del siglo XIX se instala en la villa una floreciente burguesía que consolida una importante industria corcho-taponera. En esta época, los tapones de corcho fabricados en Cortegana se exportan principalmente a Francia para el sellado de las botellas de los preciados caldos galos.
Este desarrollo económico supuso un cambio drástico en la estructura socio-económica de la población: primero, por la aparición de una nueva clase dirigente, basada en su poder económico, que copó los cargos públicos e instituciones; y segundo, por el desarrollo de una clase obrera especializada que sustituyó al campesinado. Este periodo de prosperidad también se vio reflejado en el casco urbano con la edificación de genuinas casas señoriales y dos Casinos de Sociedad, lugares estos últimos de socialización y reunión. Igualmente hubo un cambio en la estructura de la propiedad agraria pues los nuevos burgueses invirtieron gran parte de sus beneficios en tierras para controlar la materia prima de sus industrias.
Reseñar, además, la importante actividad artesanal, que empleaba numerosa mano de obra y daba lugar a relaciones comerciales con el exterior: corcho, alfarería, cerrajería y fabricación de romanas, molinos harineros y aceiteros, y más de 100 telares de lino y lana.
Los obreros se organizan en sindicatos, se alfabetizan, e incluso establecen un modelo propio de seguridad social. Con el tiempo, el nivel cultural de la población aumenta y esto da lugar a la creación de sociedades recreativas y de beneficencia.
La inauguración de la línea ferroviaria Zafra-Huelva en 1889 estimuló aún más la economía de Cortegana, incidiendo notablemente en el auge de la minería de San Telmo y Valdelamusa.
Durante el siglo XX los mataderos industriales desplazaron al corcho como motores de la economía local, ofreciendo jamones y chacinas de cerdo ibérico de gran calidad. La Guerra Civil y su consiguiente crisis de posguerra, debilitaron sensiblemente todo el desarrollo alcanzado, que nuevamente se vio afectado por las crisis sectoriales, que en el último tercio del siglo XX ocasionaron destacados perjuicios a las industrias y artesanías de Cortegana. Las explotaciones mineras se abandonan en los años 80 y principios de los 90.
En la actualidad, la economía de Cortegana se asienta en el sector industrial y de servicios, sin olvidar el agrícola. Su industria principal es la del sector cárnico, con importantes mataderos de cerdos y fábricas de chacinas y embutidos e industrias dedicadas a la salazón.
Y así es como la historia de Cortegana y sus tierras, contribuyó a engrandecer su imagen y a dotarlo hoy día de unas condiciones que lo caracterizan como el segundo municipio de mayor entidad en la Sierra de Huelva.